Balamkú, la cueva sagrada en Chichén Itzá que esconde un tesoro maya
Casi medio siglo después, Balamkú fue redescubierta por el proyecto Gran Acuífero Maya, a cargo del investigador del INAH, Guillermo de Anda, revelando un contexto arqueológico inigualable
MÉRIDA, Yucatán. - En Chichén Itzá existe un sistema de cenotes, en el que se encuentra una cueva llamada Balamkú, que durante casi 50 años escondió un descubrimiento arqueológico extraordinario que durante siglos ha permanecido intacto. Exploraciones en la zona han confirmado al importante de este sitio como un espacio sagrado.
Fue en 1966 cuando ejidatarios de la comunidad de San Felipe hallaron este lugar que contenía en su interior una serie de ofrendas prehispánicas. A pesar de su relevancia histórica, se decidió cerrar la entrada de la gruta para preservar el lugar.
Casi medio siglo después, Balamkú fue redescubierta por el proyecto Gran Acuífero Maya, a cargo del investigador del INAH, Guillermo de Anda, revelando un contexto arqueológico inigualable, en el que se han identificado al menos siete ofrendas, datadas entre los periodos Clásico Tardío (700-800 d.C.) y Clásico Terminal (800-1000 d.C.)
¿Qué encontraron en la cueva?
Entre los objetos más destacados se encuentran 200 incensarios, muchos de ellos representando a Tláloc, el dios del agua. Se cree que estos fueron colocados como parte de rituales durante una época de sequía, con la esperanza de atraer lluvias que revitalizaran la región.
Para llegar a las profundidades en donde se encuentran estos vestigios hay que unos 400 metros de grietas y pasadizos muy estrechos. En los altares se encontraron objetos de piedra y concha jade, además de cazuela, piedras para moler y matates; no se descarta que haya más debajo de las capas de tierra.
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Las más de 20 cavernas y cenotes que conforman este complejo sistema subterráneo, fueron utilizadas por los antiguos mayas para fines religiosos. De acuerdo con las investigaciones, la cantidad de ofrendas coincide con una época de sequía en la Península de Yucatán.
Esta situación pudo generar una etapa de estiaje en los cuerpos de agua, fuente natural de los itzáes; lo que refuerza la teoría de que muchas ciudades mayas fueron abandonadas por este motivo, lo que provocó la migración de sus habitantes a otras partes de la península u zonas del sureste.